domingo, 7 de octubre de 2018

El arte de mostrar el arte mexicano





Al momento de su muerte intempestiva el 6 de mayo de 2008, el crítico de arte e historiador de origen francés radicado en México Olivier Debroise (Jerusalén, 1952), tenía tres libros “en capilla”. Uno, la novela Traidor, ¿y tú?, fue editado por el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo en 2010.

Para conmemorar los 10 años del fallecimiento de Debroise, la editorial independiente Cubo Blanco, que dirige el periodista Edgar Alejandro Hernández, dentro de su colección Debate Contemporáneo ha publicado El arte de mostrar el arte mexicano. Ensayos sobre los usos y desusos del exotismo en tiempo de globalización (1992-2007), una compilación de textos críticos. El tercer libro, una rescritura de Figuras en el trópico, plástica mexicana 1920-1940 (1989), aun no encuentra editor.



Olivier Debroise, foto cortesía de Alejandro Navarrete




Para Cuauhtémoc Medina, autor del prólogo Debroise: la historia como iluminación, la crítica como ética, el libro sostiene que, por un lado, hay una condición del arte mexicano de no ser meramente local. En El arte de mostrar el arte mexicano hay “una reflexión sobre la página crítica en un tejido que necesariamente está atravesado tanto de estas representaciones, estas expectativas de relación intercultural, que son eminentemente turístico-comerciales, racistas y, al mismo tiempo, primitivistas”.

Los tejemanejes del arte mexicano son complejos. El libro resulta “un corrector de la simpleza con que en los últimos años parte del periodismo y la crítica se ha fijado únicamente en un vector”. Es decir, “ver nada más el programa del mercado cuando no entienden la red compleja que desde el momento pos revolucionario constituye, incluso, los instantes que luego la nostalgia nacional tiene acerca de qué fue el arte mexicano”.

Entrevistado, Medina anota que Debroise “espejea todo el tiempo los 2000 contra los años 20 y 40 del siglo pasado, para mostrar las continuidades y descontinuidades. También para sostener el argumento muy útil de que la novedad no era enteramente nueva, aunque asimismo para establecer con más precisión qué es lo que en efecto asomaba como diferente en esas relaciones internacionales”.

El investigador y curador jefe del Museo Universitario Arte Contemporáneo (Muac) -Debroise fue curador fundacional del recinto- , expresa que su antecesor quiso hacer clara “cuál era su contribución crítica en el momento porque premeditadamente había tomado ésta línea de reflexión sobre las colecciones internacionales del arte mexicano como su caballito de batalla.

Por otro lado, trataba de darnos a los operadores -curadores y artistas- una noción de dónde estábamos parados que escapara a la dinámica del chisme y el prejuicio más inmediato. Dejarnos en claro que éramos parte de una cadena compleja de representaciones y actos. Por otro lado, gestionaba si la ambivalencia que para un intelectual público como Olivier había significado pasar al lado, por decirlo de alguna manera, de la sucia práctica”. Medina contrasta el trabajo de Debroise en los años 70 y 80 en donde era más bien un crítico, un observador, un narrador, con de pronto tener a su cargo la gestión de exposiciones, la representación de artistas que tenían repercusiones políticas en el mercado, y la construcción de la institución que el acompañaba en el momento de su muerte que era el Muac”.

En un mundo de “grises contra grises”, en que las tendencias no son apuestas sencillas, “Olivier por lo general produce imágenes de todos los actores culturales atravesados por esta complejidad en que la cultura no parece un producto heroico, sino uno extremadamente vivo, lleno de contradicciones, de momentos de esperanza y corrupción, y por tanto no nos representa un catálogo de objetos inaccesibles sino preguntas y debates sobre nuestros propios dilemas”.




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