Al
momento de su muerte intempestiva el 6 de mayo de 2008, el crítico
de arte e historiador de origen francés radicado en México Olivier
Debroise (Jerusalén, 1952), tenía tres libros “en capilla”.
Uno, la novela Traidor, ¿y tú?, fue editado por el Museo
Tamayo de Arte Contemporáneo en 2010.
Para
conmemorar los 10 años del fallecimiento de Debroise, la editorial
independiente Cubo Blanco, que dirige el periodista Edgar Alejandro
Hernández, dentro de su colección Debate Contemporáneo ha publicado El arte de mostrar el arte mexicano.
Ensayos sobre los usos y desusos del exotismo en tiempo de
globalización (1992-2007), una compilación de textos críticos.
El tercer libro, una rescritura de Figuras en el trópico,
plástica mexicana 1920-1940 (1989), aun no encuentra editor.
Olivier Debroise, foto cortesía de Alejandro Navarrete |
Para
Cuauhtémoc Medina, autor del prólogo Debroise: la historia como
iluminación, la crítica como ética, el libro sostiene
que, por un lado, hay una condición del arte mexicano de no ser
meramente local. En El arte de mostrar el arte mexicano hay
“una reflexión sobre la página crítica en un tejido que
necesariamente está atravesado tanto de estas representaciones,
estas expectativas de relación intercultural, que son eminentemente
turístico-comerciales, racistas y, al mismo tiempo, primitivistas”.
Los
tejemanejes del arte mexicano son complejos. El libro resulta “un
corrector de la simpleza con que en los últimos años parte del
periodismo y la crítica se ha fijado únicamente en un vector”. Es
decir, “ver nada más el programa del mercado cuando no entienden
la red compleja que desde el momento pos revolucionario constituye,
incluso, los instantes que luego la nostalgia nacional tiene acerca
de qué fue el arte mexicano”.
Entrevistado,
Medina anota que Debroise “espejea todo el tiempo los 2000 contra
los años 20 y 40 del siglo pasado, para mostrar las continuidades y
descontinuidades. También para sostener el argumento muy útil de
que la novedad no era enteramente nueva, aunque asimismo para
establecer con más precisión qué es lo que en efecto asomaba como
diferente en esas relaciones internacionales”.
El
investigador y curador jefe del Museo Universitario Arte
Contemporáneo (Muac) -Debroise fue curador fundacional del recinto-
, expresa que su antecesor quiso hacer clara “cuál era su
contribución crítica en el momento porque premeditadamente había
tomado ésta línea de reflexión sobre las colecciones
internacionales del arte mexicano como su caballito de batalla.
“Por
otro lado, trataba de darnos a los operadores -curadores y artistas-
una noción de dónde estábamos parados que escapara a la dinámica
del chisme y el prejuicio más inmediato. Dejarnos en claro que
éramos parte de una cadena compleja de representaciones y actos. Por
otro lado, gestionaba si la ambivalencia que para un intelectual
público como Olivier había significado pasar al lado, por decirlo
de alguna manera, de la sucia práctica”. Medina contrasta el
trabajo de Debroise en los años 70 y 80 en donde era más bien un
crítico, un observador, un narrador, con de pronto tener a su cargo
la gestión de exposiciones, la representación de artistas que
tenían repercusiones políticas en el mercado, y la construcción de
la institución que el acompañaba en el momento de su muerte que era
el Muac”.
En
un mundo de “grises contra grises”, en que las tendencias no son
apuestas sencillas, “Olivier por lo general produce imágenes de
todos los actores culturales atravesados por esta complejidad en que
la cultura no parece un producto heroico, sino uno extremadamente
vivo, lleno de contradicciones, de momentos de esperanza y
corrupción, y por tanto no nos representa un catálogo de objetos
inaccesibles sino preguntas y debates sobre nuestros propios
dilemas”.
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