Bordar como si fuera pintura, eso es lo que hace el
artista Carlos Arias (Santiago de Chile. 1964), radicado en
México desde 1988, aunque llegó exiliado de niño en 1975 con su
familia. Actualmente, con el título de El hilo está puesto,
Arias exhibe 56 obras, con base en el bordado y el textil, que
abarcan dos décadas, en la Galería Marso (Berlín 37,
colonia Juárez).
En
el marco de la exposición Arias charló con Carlos Amorales,
representante de México en la edición 57 de la Bienal de Venecia. Buen
conversador, con gran sentido del humor, Arias narró cómo en
1983 regresó a su país natal para estudiar la carrera de artes
Plásticas en la Universidad de Chile. Era un periodo en que p“los
profesores todavía juraban que existía lo nuevo y te obligaban a
que tu obra fuera universal, todas esas cosas que están rotas en
este momento”. Sin embargo, Arias no cree en lo novedoso: “Me
angustia esta idea del éxito que tienen muchos artistas, críticos o
galeristas”.
Amorales
intervino: “Te conozco desde hace 20 años, aunque no nos habíamos
visto en igual cantidad de tiempo”. Dirigiéndose al público que
llenó el espacio asignado de la galería, acotó: “Carlos era como
un héroe gótico. Parecía roquero, una persona enigmática. Cuando
Cuauhtémoc Medina organizó una exposición en el Museo
Universitario del Chopo (2016), fuimos y Mónica Castillo me dijo que
eras una especie de pintor compulsivo. No podías parar y producías
muchísimo. Sin embargo, en cierto momento decidiste bordar como una
manera de desacelerar tu proceso. Se me hizo interesante en qué
medida hubo un cambio allí de temporalidad mediante la técnica
con tu trabajo”.
Arias explicó: “Cuando
te exilias, cuando pierdes tu territorio, adquieres otro al que no
perteneces. Cuando pierdes eso te conviertes, no en un ser solitario,
sino en uno muy independiente. Me pasó cuando empecé a tener un
poco de éxito en México, huí a Chile. Cuando comencé a tener un
poco de éxito allá, huí hacia México. De la CDMX me fui a Puebla,
porque siempre he sentido que no me daba tiempo de hacer las cosas a
mi modo. Pintaba mucho; el crítico de arte Luis Carlos Emerich decía
que tenía 'diarrea pictórica'. Pintaba 50 o 60 cuadros grandes,
figurativos, al año y vendía dos. En el momento hice una serie de
autorretratos”.
A
mediados de los años 90 del siglo pasado, “casi todos mis colegas
dejaron la pintura y empezaron a hacer seudoinstalaciones. Mónica
(Castillo, su pareja en ese entonces) comenzó a hacer video y pintar
cuerpos. Me puse a hacer un cojín para la casa. Era 1991, fue tan
laborioso que decidí colgarlo en un cuadro. Seguí pintando, sin
embargo de repente me di cuenta que el bordado me llamaba. Me puse a
bordar sin ninguna postura, no obstante cuando me vi al espejo o
cuando las personas cercanas me cuestionaban, era como ser mucho más
rebelde que los que así se consideraban. Hay un sentido de
atemporalidad. En la exposición hay obra de los años 90 y de 2017,
no obstante no siento que sea una muestra que tenga diferentes
estilos o épocas. Son diferentes modos de operar la herramienta o el
material”.
Para
Arias bordar era un paso lógico, porque era lento, reflexivo: “No
había logrado en la pintura sacar todas mis ideas conceptuales. Son
temas atemporales que nada tienen que ver con tendencias o modas. Tanto
a Mónica como a mí nos interesaba ese entrecruzamiento entre lo
tecnológico, el concepto, el material, el soporte y esas
preocupaciones que vienen del arte povera”.
En
seguida Amorales quiso conocer si Arias siempre sabe lo que va a
bordar. Lo interesante del bordado es que tiene un diseño, contestó
el indagado. “Primero, trazo a lápiz, con tinta o con hilo. Cuando
todo está hecho sólo te queda bordar”. Continuó: “El cerebro
viaja y es mucho más relajado, terapéutico. En cambio cuando pintas
siempre utilizas mucha energía, es muy angustiante, porque nunca
acabas. El bordado, que es elaborado, no es agotador, es
lento nada más”.
En
la pared del cuarto donde se desarrolló el conversatorio cuelga el
monumental tejido Muro de hilo (2000-2001), de 370 x 770
centímetros. La pieza requirió de una inversión de 10 mil dólares
en mano de obra e hilo. “Tardé año y medio en terminarla entre
cuatro personas. Claro, estaba ocupado en otras cosas, dar clases –es
docente de la escuela de artes plásticas de la Universidad de las
Américas, Puebla-- , nunca me ha gustado ser artista de tiempo
completo”. Arias tiene una asistente que borda para él y le lee el
pensamiento: “Siempre escoge el color que quería”. Sin embargo,
hay piezas en que tiene que intervenir el expositor, porque “hay
decisiones que se toman en el momento”.
Rememoró:
“A finales de los años 90 mi generación estaba en el momento de
un cambio porque la siguiente, la de Temístocles, venía
muy fuerte, con un rollo neoconceptual muy atractivo que obviamente
nos influenció a todos. Se empezó a dejar la figura por la
abstracción, la pintura por el video, unos más rápido que otros.
Nunca quise abandonar la figuración, sin embargo sí hubo un periodo
en que se trabajó mucho más en los aspectos tautológicos del
material”.
Arias
recordó que una tendencia finisecular y de principios del siglo XXI
de trabajar la materialidad fue cuando Nueva York descubrió el arte
povera en los años 90. En México, “donde tenemos esta
postura antigringa, nos influenciamos por otras vertientes. El pop
art nunca llegó aquí porque sería mucha influencia de la Coca-Cola.
La tendencia más fuerte fue la transvanguardia italiana y el
neoexpresionismo alemán que aquí se llamó neomexicanismo, un
periodo espantoso en el arte mexicano, de un mal gusto. Fue gracias a
Pablo Vargas Lugo, Eduardo Abaroa y su generación que descubrimos
que podíamos separarnos de los neomexicanistas al hacer el pequeño
esfuerzo de abandonar ciertas posturas tercas, como la figuración a
fuerzas, el autorretrato y el yo yo yo”.
Carlos
Arias no es “bipolar”, sin embargo reconoce tener dos
personalidades: la del bordado y la de la pintura, según ha señalado
el curador Cuauhtémoc Medina. “Al bordar recuperé lo que la
pintura antigua tenía que eran esas formas recortadas de mosaico
porque el bordado es así. Cuando volví a pintar en 2004 y 2010,
quise ver cómo podía acercar la pintura al bordado, pero sin
bordar. Empecé a pintar muy atmosférico, muy de manchas, a la
manera de un boceto. El bordado es muy físico. La única obra
bidimensional de carácter material es el bordado. Con la pintura, la
fotografía y el grabado, pones algo encima. Siempre es la huella de
algo. En el bordado no hay huella de nada. Es huella, cosa y tiempo”.
La
exposición El hilo está puesto concluirá el 24 de
junio.
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