lunes, 12 de junio de 2017

Carlos Arias, un rebelde que borda





Bordar como si fuera pintura, eso es lo que hace el artista Carlos Arias (Santiago de Chile. 1964), radicado en México desde 1988, aunque llegó exiliado de niño en 1975 con su familia. Actualmente, con el título de El hilo está puesto, Arias exhibe 56 obras, con base en el bordado y el textil, que abarcan dos décadas, en la Galería Marso (Berlín 37, colonia Juárez).


En el marco de la exposición Arias charló con Carlos Amorales, representante de México en la edición 57 de la Bienal de Venecia. Buen conversador, con gran sentido del humor, Arias narró cómo en 1983 regresó a su país natal para estudiar la carrera de artes Plásticas en la Universidad de Chile. Era un periodo en que p“los profesores todavía juraban que existía lo nuevo y te obligaban a que tu obra fuera universal, todas esas cosas que están rotas en este momento”. Sin embargo, Arias no cree en lo novedoso: “Me angustia esta idea del éxito que tienen muchos artistas, críticos o galeristas”.


Amorales intervino: “Te conozco desde hace 20 años, aunque no nos habíamos visto en igual cantidad de tiempo”. Dirigiéndose al público que llenó el espacio asignado de la galería, acotó: “Carlos era como un héroe gótico. Parecía roquero, una persona enigmática. Cuando Cuauhtémoc Medina organizó una exposición en el Museo Universitario del Chopo (2016), fuimos y Mónica Castillo me dijo que eras una especie de pintor compulsivo. No podías parar y producías muchísimo. Sin embargo, en cierto momento decidiste bordar como una manera de desacelerar tu proceso. Se me hizo interesante en qué medida hubo un cambio allí de temporalidad mediante la técnica con tu trabajo”.






Arias explicó: “Cuando te exilias, cuando pierdes tu territorio, adquieres otro al que no perteneces. Cuando pierdes eso te conviertes, no en un ser solitario, sino en uno muy independiente. Me pasó cuando empecé a tener un poco de éxito en México, huí a Chile. Cuando comencé a tener un poco de éxito allá, huí hacia México. De la CDMX me fui a Puebla, porque siempre he sentido que no me daba tiempo de hacer las cosas a mi modo. Pintaba mucho; el crítico de arte Luis Carlos Emerich decía que tenía 'diarrea pictórica'. Pintaba 50 o 60 cuadros grandes, figurativos, al año y vendía dos. En el momento hice una serie de autorretratos”.


A mediados de los años 90 del siglo pasado, “casi todos mis colegas dejaron la pintura y empezaron a hacer seudoinstalaciones. Mónica (Castillo, su pareja en ese entonces) comenzó a hacer video y pintar cuerpos. Me puse a hacer un cojín para la casa. Era 1991, fue tan laborioso que decidí colgarlo en un cuadro. Seguí pintando, sin embargo de repente me di cuenta que el bordado me llamaba. Me puse a bordar sin ninguna postura, no obstante cuando me vi al espejo o cuando las personas cercanas me cuestionaban, era como ser mucho más rebelde que los que así se consideraban. Hay un sentido de atemporalidad. En la exposición hay obra de los años 90 y de 2017, no obstante no siento que sea una muestra que tenga diferentes estilos o épocas. Son diferentes modos de operar la herramienta o el material”.


Para Arias bordar era un paso lógico, porque era lento, reflexivo: “No había logrado en la pintura sacar todas mis ideas conceptuales. Son temas atemporales que nada tienen que ver con tendencias o modas. Tanto a Mónica como a mí nos interesaba ese entrecruzamiento entre lo tecnológico, el concepto, el material, el soporte y esas preocupaciones que vienen del arte povera”.
En seguida Amorales quiso conocer si Arias siempre sabe lo que va a bordar. Lo interesante del bordado es que tiene un diseño, contestó el indagado. “Primero, trazo a lápiz, con tinta o con hilo. Cuando todo está hecho sólo te queda bordar”. Continuó: “El cerebro viaja y es mucho más relajado, terapéutico. En cambio cuando pintas siempre utilizas mucha energía, es muy angustiante, porque nunca acabas. El bordado, que es elaborado, no es agotador, es lento nada más”.






En la pared del cuarto donde se desarrolló el conversatorio cuelga el monumental tejido Muro de hilo (2000-2001), de 370 x 770 centímetros. La pieza requirió de una inversión de 10 mil dólares en mano de obra e hilo. “Tardé año y medio en terminarla entre cuatro personas. Claro, estaba ocupado en otras cosas, dar clases –es docente de la escuela de artes plásticas de la Universidad de las Américas, Puebla-- , nunca me ha gustado ser artista de tiempo completo”. Arias tiene una asistente que borda para él y le lee el pensamiento: “Siempre escoge el color que quería”. Sin embargo, hay piezas en que tiene que intervenir el expositor, porque “hay decisiones que se toman en el momento”.


Rememoró: “A finales de los años 90 mi generación estaba en el momento de un cambio porque la siguiente, la de Temístocles, venía muy fuerte, con un rollo neoconceptual muy atractivo que obviamente nos influenció a todos. Se empezó a dejar la figura por la abstracción, la pintura por el video, unos más rápido que otros. Nunca quise abandonar la figuración, sin embargo sí hubo un periodo en que se trabajó mucho más en los aspectos tautológicos del material”.


Arias recordó que una tendencia finisecular y de principios del siglo XXI de trabajar la materialidad fue cuando Nueva York descubrió el arte povera en los años 90. En México, “donde tenemos esta postura antigringa, nos influenciamos por otras vertientes. El pop art nunca llegó aquí porque sería mucha influencia de la Coca-Cola. La tendencia más fuerte fue la transvanguardia italiana y el neoexpresionismo alemán que aquí se llamó neomexicanismo, un periodo espantoso en el arte mexicano, de un mal gusto. Fue gracias a Pablo Vargas Lugo, Eduardo Abaroa y su generación que descubrimos que podíamos separarnos de los neomexicanistas al hacer el pequeño esfuerzo de abandonar ciertas posturas tercas, como la figuración a fuerzas, el autorretrato y el yo yo yo”.


Carlos Arias no es “bipolar”, sin embargo reconoce tener dos personalidades: la del bordado y la de la pintura, según ha señalado el curador Cuauhtémoc Medina. “Al bordar recuperé lo que la pintura antigua tenía que eran esas formas recortadas de mosaico porque el bordado es así. Cuando volví a pintar en 2004 y 2010, quise ver cómo podía acercar la pintura al bordado, pero sin bordar. Empecé a pintar muy atmosférico, muy de manchas, a la manera de un boceto. El bordado es muy físico. La única obra bidimensional de carácter material es el bordado. Con la pintura, la fotografía y el grabado, pones algo encima. Siempre es la huella de algo. En el bordado no hay huella de nada. Es huella, cosa y tiempo”. 


La exposición El hilo está puesto concluirá el 24 de junio.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario