jueves, 24 de noviembre de 2016

Martin Eder apuesta a la pintura figurativa

Ser pintor requiere de mucho trabajo. Incluso, el término en inglés comprende la palabra dolor (painter/pain). Se necesita de mucho esfuerzo alcanzar el estado final de una pintura, expresa el artista plástico alemán Martin Eder (Augsburgo, 1968), quien expone por vez primera en México.

“No diría que muchos artistas son flojos, sin embargo hay que tomar en cuenta la cantidad de tiempo que inviertes en una obra, luego es un proceso que aumenta. Nunca sabes si la pintura mejorará o empeorará. Sin embargo, cuando está terminada se siente la vibración, el tiempo y la energía que alguien invirtió. No hablo de mi persona, sino de Caravaggio, por ejemplo. Me resulta una experiencia esotérica pararme en frente de su cuadro Baco, pintado hace 500 años. Aun se siente la agresividad, la belleza y su efecto inolvidable”.
 
Eder ya pintaba, sin embargo en su época formativa dedicó tiempo a estudiar las diferentes técnicas, aunque reconoce que “ese no es el punto. Según el dicho cuando uno empieza se preocupa por la técnica. Si uno domina la técnica no se le puede criticar a ese nivel”. Su destreza en ese sentido le permite “esconder mucho contenido que, claro, proviene de la cultura de la basura (el bombardeo visual y auditivo cuyo objetivo es vender), incluso de la religión, que mezclo no obstante crea controversia a veces”.

En sus comienzos Eder pintaba muchos desnudos, algo que “no se ve mucho en la pintura contemporánea. El último pintor de desnudos fue probablemente Lucien Freud. Luego utilicé mucha imaginería terrible como gatitos y cachorros. Ahora recurro más a escenarios históricos falsos, regreso a la imaginería religiosa del mundo pictórico”.

Siempre emplea temas provenientes del “nivel de la calle”, es decir, símbolos sencillos, muy comprensibles, porque “aun pienso que todo el mundo debe tener acceso al arte, así como la oportunidad de entenderlo”.
Los 15 óleos que Eder montó en días pasados en la Galería Hilario Galguera fueron hechos a propósito y se exhiben bajo el título La vida es sueño. Reconoció que para algunos la vida es una pesadilla: “Todo depende de lo que haces con ella. En general la vida y la percepción de la realidad son más o menos un estado de ensoñación. Estudié durante mucho tiempo terapia hipnótica, que involucra muchos sistemas de creencias. Para mí siempre inventamos nuestras propias realidades, no hay solo una. Hay una teoría de universos paralelos que para mi modo de ver existe en la vida cotidiana”.

Eder utiliza modelos profesionales para sus cuadros, aunque también modeló. Otro “personaje” es una calavera que encontró en el sótano de un amigo escultor fallecido: “Me quedé con ella por razones anatómicas. Siempre sentí pena porque perteneció a una cabeza pensante. Decidí darle una nueva vida al incluirlo en mi cosmos, darle un papel en ciertas pinturas, regresarlo a las casas, las colecciones y los muesos”.

Antes de la presente serie, el entrevistado realizó cuadros en especial con mujeres en armadura, “cansadas, sudorosas, desilusionadas o tristes. Yacen sobre una cama, uno no sabe si están muertas, a punto de morir o en el descanso”. Se incluye un cuadro de esta serie en la exposición, Adiós a los rayos de luz, que confronta una pintura de una mujer embarazada Metafísica, porque ambos personajes comparten el mismo tamaño de estómago.

Eder odia al arte “deductivo”, sin embargo quiere que su público no consuma sin pensar, ni siga el camino que otros le tracen, que no estén tristes, ni adquieran comportamientos compulsivos. Sólo miren al mundo a su alrededor y prenda el cerebro. “Hay un mejor mundo al otro lado si volteas hacia el arte, sólo sea bienvenida”, invita.




 

jueves, 15 de septiembre de 2016

Jorge Alberto Manrique en sus 80 años

El historiador, investigador, docente, académico, escritor, crítico de arte, fundador y director de museos, Jorge Alberto Manrique, fue objeto de un emotivo homenaje con motivo de sus 80 años, cumplidos el pasado 17 de julio de 2016. El tributo fue organizado por el Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), al que Manrique pertenece desde 1968, y dirigió de 1974 a 1980. Fue en colaboración con el Museo Nacional de Arte, del que el homenajeado fue director fundador en 1982-1983, y el Museo de Arte Moderno, que dirigió de 1987 a 1988.

El acto inaugural fue el 6 de septiembre en el salón El Generalito del Antiguo Colegio de San Ildefonso, antigua sede del plantel número 1 de la Escuela Nacional Preparatoria. Manrique, ataviado con su clásica corbata de moño, expresó en su intervención: “Soy producto de la escuela pública en todos sus niveles, desde la primaria Mártires de la Libertad en Azcapotzalco y la secundaria #4 Moisés Sáenz en San Cosme, hasta la preparatoria aquí en San Ildefonso y la universidad en la UNAM”.

Continuó: “Siempre convivimos hijos de ricos y políticos, estudiantes de clase media y de familias modestas, o sea, realmente fue una educación democrática”. Acotó: “Mi primer recuerdo del Generalito fue cuando, entre la sillería esculpida, el púlpito y los cuadros del siglo XVIII, los murales de Orozco y las otras maravillas de este gran salón, nos bajaron los calzones para hacernos el examen médico”.

En esa época Manrique se hizo “adicto” a los museos, los murales en edificios públicos y las iglesias: “Me gustaba la biblioteca de Antropología, en las calle de Moneda, iba como 'oyente' a Mascarones y a conferencias y conciertos en El Colegio Nacional, así como al cine. En la preparatoria crecimos, adquirimos nuevos hábitos y vicios: nuestra vida empezaba de verdad”.

A lo largo de los dos días que duró el homenaje una larga lista de investigadores, tanto de las artes como de la historia, funcionarios culturales y artistas, abarcaron las múltiples facetas de la personalidad, el quehacer profesional y los vaivenes de Manrique. Afloraron las anécdotas, algunas muy chuscas.

Magdalena Zavala, coordinadora nacional de Artes Visuales del Instituto Nacional de Bellas Artes, se refirió a la salida del crítico de arte del Museo de Arte Moderno por defender la libertad de expresión y artística, como “una dolorosa historia para la institución”. El 23 de enero de 1988 el grupo Pro Vida logró que se desmantelara una instalación de Rolando de la Rosa que consideraban ofensiva.

Renato González Mello, director del IIE, también se refirió al “infausto incidente”: “Quizá hemos visto con algo de gusto los abismos de ridiculez en los que se han arrojado quienes organizaron y cometieron esa acción atroz de intolerancia”.

Sylvia Navarrete, directora del Museo de Arte Moderno, preguntó por qué Manrique ha dejado tal huella en los museos si sólo estuvo tres años. En el recinto bajo su cargo “marcó una línea”, aseguró.

De acuerdo con Gloria Villegas, directora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, se considera que Manrique inauguró una manera distinta de escribir la historia del arte. Elisa Vargaslugo, investigadora emérita del IIE, recordó la gestión de Manrique frente al Instituto, ya que abrió las puertas a la juventud, a la vez que tomaron nuevos aires los estudios de la música y la danza.

Las primeras tres mesas del homenaje se efectuaron en el Museo Nacional de Arte. Allí, Renato González Mello dijo que con los 80 años del investigador “celebramos la plenitud de una vida intelectual que se apoya en una vastísima erudición”.

Alberto Dallal, investigador especializado en danza, aseguró: “El que tuvo la culpa que no fuera teporocho fue Jorge Alberto Manrique”, a quien conoce desde la secundaria. Expresó su admiración por la forma en que el historiador puede manejar varios planos de la realidad: “De él aprendí que la crítica sin historia no puede existir. Es decir, no se puede hacer tampoco historia del arte si no seguimos a los críticos especializados, buenos o malos, porque ellos ponen en la realidad una obra de arte que de otra manera no estaría”. “Sin historia no hay historia del arte”, reiteró.

El segundo y último día del homenaje, ya instalados en el Museo de Arte Moderno, el arquitecto Xavier Cortés Rocha, quien más que nada ha coincidido con Manrique en la defensa del patrimonio, recordó que su colega “inventó” los coloquios internacionales de historia del arte que van en su edición 40.

La investigadora y crítica de arte Teresa del Conde se refirió a Manrique como “un hombre manierista” y explicó que para él todo lo que no es arte renacentista en Italia es manierismo”.

Para el pintor y escultor Manuel Felguérez, de la generación de la llamada Ruptura, el homenajeado es un crítico que “nos ayudó por medio de sus ensayos”. Para el artista, continuó, “es importante la crítica porque es nuestra manera de hablarle a la sociedad”. Sin embargo, “últimamente los críticos han desaparecido”. Cuando Manrique empezó en la crítica, ésta estaba de lado de la Escuela Mexicana. Como generación “nos refugiamos más bien en los escritores. Pero cuando Manrique aparece por fin teníamos a un académico”.

El homenajeado estuvo muy pendiente de las palabras de todos los participantes como Eloy Tarcisio, Gabriel Macotela, Miriam Kaiser, Francisco Castro Leñero, Raúl Herrera, Fernando Macotela, Héctor Ortega, Federico Ibarra, Alberto González Pozo y Gloria Hernández.

Concluido el tributo don Jorge Alberto se trasladó al jardín del Museo de Arte Moderno para el coctel, ahora apoyado con una silla de ruedas. Como dijo Teresa del Conde: “A Manrique le gusta ser festejado”.





domingo, 7 de agosto de 2016

Melón y De todo un poco



“Yo quiero saber /de todo un poco/yo quiero tener/de todo un poco/yo quiero gozar/yo quiero bailar/y quiero cantar/de todo un poco.."

Llegó a México en días pasados el musical Dirty Dancing, versión teatral de la exitosa película del mismo nombre producida en 1986, pero estrenada aquí en 1988 con el título en español Baile caliente. En el filme, protagonizado por Patrick Swayze y Jennifer Grey, impera la música de compositores estadunidenses, ya que se sitúa en los años 60 del siglo pasado. Sin embargo, entre la lista de 20 sencillos incluidos en la cinta, destaca uno en español: De todo un poco, de Lou Pérez (1928-2005), neoyorquino de nacimiento, pero latino de corazón con raíces cubanas y puertorriqueñas.

También entre la lista de famosos intérpretes como The Ronettes, Frankie Valli y The Four Seasons, Otis Redding, The Shirelles y The Drifters figura el nombre Melon (sin acento) que bien podría referirse a esa sabrosa fruta. Pero al ponerle un acento, Melón nos remite al legendario cantante mexicano Luis Ángel Silva Nava. El 7 de agosto de 2016 se cumplieron seis meses del fallecimiento del destacado sonero, de allí que con la finalidad de recordarlo pretendemos recrear su participación en Dirty Dancing.

Cuando Melón grabó la canción De todo un poco para esa película, no era la primera vez que la interpretaba. Ya lo había hecho, con Raúl Azpiazu, para el disco Lou Pérez: De todo un poco-A little bit of everything. Pérez fue uno de los pocos directores de orquesta surgidos en los años 60, que utilizaba el formato de la charanga, cuyo sonido remplazó el mambo y el cha cha chá, con el ritmo llamado “pachanga”.

Melón contaba que un día de finales de 1986 la actriz Lucie Arnaz, hija del actor y músico cubano Desi Arnaz (1917-1986), le habló para grabar un número de la película Dirty Dancing que resultó ser De todo un poco. Lucie,, incluso, le aconsejó sobre lo que debía cobrar. El interesado (es posible que haya sido Jimmy Ienner), quien lo había escuchado en el disco, le habló y la transacción se realizó por teléfono. El saxofonista colombiano Justo Almario había hecho los arreglos, “la banda está muy buena y quiero que suenes como en el disco”, se escuchó del otro lado del auricular.
El día de la grabación Melón se presentó ataviado en un traje deportivo  guinda y gris, tenis y gorra beige clara satinada -se la había regalado el actor Dustin Hoffman, un día que éste fue al Club Candilejas en Los Ángeles, donde Melón trabajó-- , lentes negros y cabello largo.

Al empresario le extrañó la vestimenta de Melón, inclus, no le gustó. A lo mejor esperaba alguien más glamuroso. Sin embargo, ya en cabina, cuando escuchó las primeras notas de la canción exclamó: “That's the guy” (Ese es el tipo) y quedó muy contento.

Melón relataba que como ya había grabado la canción, entonces sabía la letra –-aquí se debe recordar que el sonero tenía una computadora en la cabeza cuando de letras se trataba-- , además no era de los que repetía las cosas un sinnúmero de veces hasta que salían, pues no dudaba que saliera a la primera. Pero eso no le convenía por muchas razones, tal vez para justificar el dinero que le iban a pagar o para disfrutar del momento y convivir un poco más con los músicos, muchos amigos suyos. Entonces, prolongó el placer del momento al pedir repetir. Sí, le salió a la segunda.

Con el dinero recibido Melón regresó a México para radicar de forma definitiva después de una ausencia de 12 años. Esperó con ansia la llegada de la película a su país, lo que ocurrió el 9 de junio de 1988. El gran estreno de Dirty Dancing fue el 12 de mayo de 1987 en el Festival de Cannes. Hasta que vio la cinta en el cine, Melón no sabía de qué manera sería utilizada su grabación en el filme.

Resultó que la canción ocupa el momento cumbre del filme cuando la pareja formada por el maestro de baile Johnny Castle (Patrick Swayze) y la inexperta adolescente Baby Houseman (Jennifer Grey), después de horas de ensayo, bailan en el concurso organizado en el hotel de veraneo donde la joven se hospeda con su familia. La voz cálida y madura como un buen vino se escucha entonando una letra que resume de alguna manera las aspiraciones de la juventud: “...yo quiero probar/de todo un poco”/yo quiero lograr/de todo un poco/yo quiero vivir/yo quiero reír/y quiero sentir/pero de todo un poco...” Y, claro, gana el concurso.

En 2004 se hizo una segunda parte de la película, Dirty Dancing 2 o Dirty Dancing: Havana Nights, en la que Melón ya no participó.



jueves, 2 de junio de 2016

Vlady, pintor afortunado


El pintor y muralista Vladimir Kibalchich Russakov (1920-2005), mejor conocido como Vlady, es un artista afortunado porque un centro ostenta su nombre y se dedica a resguardar, estudiar y difundir su legado. El Centro Vlady, perteneciente a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), es dirigido por el historiador Claudio Albertani, entusiasta prosélito de la figura y obra del ruso-mexicano arraigado aquí desde 1940, quien no se cansa de explorar sus múltiples facetas.

Ubicado en Goya 63, colonia Insurgentes Mixcoac, esa institución cultural alberga 318 cuadernos del artista, con promedio de 100 páginas cada uno; 245 grabados; 63 óleos, y 376 dibujos.

El pasado 19 de mayo el recinto inauguró Vlady: imágenes y letras, exposición de fotografías, escritos, textos de prensa y obra pictórica, cuyo objetivo es recorrer las diferentes aristas de quien también fue militante, polemista y editor.

Es una muestra documental montada gracias a la colaboración con Carlos Díaz, sobrino y heredero de Vlady, y con la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada --allí pintó su obra principal, el mural Las revoluciones y los elementos, concluido en 1982-- , perteneciente a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, que les proporcionó artículos de prensa.

Según Albertani la idea nació a raíz de la exhibición organizada por esa biblioteca, dedicada a “reconstruir” al artista ante la crítica. Coincidió que Carlos Díaz prestó fotos al Centro Vlady para que las digitalizara y tener allí de archivo. El profesor-investigador de la UACM decidió aprovechar la coyuntura para hacer una exposición.

La muestra se divide en tres bloques. En la primera sala, Vlady íntimo rastrea a sus familias paterna y materna mediante fotografías, dibujos y acuarelas del artista. La pieza más temprana es de 1925, allí el niño dibuja dos personajes con crayón y lápiz. Su primer retrato, del escritor rumano Panaït Istrati, fue hecho antes de cumplir los ocho años. Hay autorretratos de 1934 y 1935.




“Empecé a dibujar a los seis años, quizá antes –explica Vlady desde una cita en la pared--. La pintura brotó en mí como evasión o como terapia, tal vez porque nuestra vida familiar nunca fue fácil. La pintura fue para mí una fuga, pero también un medio para afirmar mi personalidad en un mundo hostíl”.

Vlady nació un 15 de junio de 1920 en Petrogrado durante la guerra civil en Rusia. Su padre, Víctor-Napoleón Lvovich Kibalchich, mejor conocido como Víctor Serge, era un político anarquista nacido en Bélgica de padre antizarista. Su madre, Liuba Russakova, procedía de una familia de exiliados anarquistas y trabajaba de estenógrafa en la oficina de Zinóviev, revolucionario bolchevique.
La exposición reúne varias “joyas”, como dos fotografíass, una inédita, de un pariente lejano, integrante de la organización que asesinó al zar Alejandro II en 1881, y que posteriormente fue colgado, cuya figura es una “obsesión en la memoria de Vlady, quien lo reproduce en su obra mediante transfiguraciones”, asegura Albertani.

Hay varias fotos de Vlady niño, una con su abuela materna que desapareció en el GULAG (sistema de campos de trabajos forzados de la Unión Soviética). Vlady estuvo en Oremburgo, antesala geográfica y política de ese horror, de 1933 a 1936 con su padre, quien salió de “milagro”. Allí su madre comenzó a perder la razón, agobiada por la persecución, aunque dio a luz en 1935 a Jeannine, hermana del pintor, ya fallecida.

Para Vlady Oremburgo era “la frontera del mundo, el sitio donde terminan la vida y los sueños. Lo que todavía no alcanzo a entender es por qué la deportación se quedó en mi memoria como una época luminosa. Los cielos eran verticales e insólitamente altos en las estepas y las temperaturas extremosas: hasta 45 grados en verano, y menos 45 en invierno.

“En julio, el calor era tan intenso que las dunas de arena a un lado del río Ural parecían incendiarse. En diciembre el cielo asumía violentos tonos de azul cobalto y la blancura de la nieve cegaba los ojos. Entonces los rayos de sol iluminaban las estepas como hilos de seda colgantes de la inmensa cúpula del cielo.”

Las obras tempranas de Vlady hacen eco de muchas de las fotos exhibidas. Incluso, mediante sus bocetos juveniles recupera a anarquistas y disidentes de la revolución olvidados, como Volin y Stoop. Para la exposición se tradujo al español el poema Marsella, de Serge, que “dialoga” con dibujos que su vástago hizo en 1940 en el puerto francés donde estuvieron ocho meses antes de partir rumbo a México. Este segundo bloque se llama Vlady guerrero, pues se refiere al joven de 20 años que “apenas decide si quiere ser artista porque también tiene un corazón militante”.

Esa sala también exhibe la pintura La escuela de los verdugos (1947), de la que el artista había dicho: “Hace 50 años pinto este cuadro y no lo puedo terminar”.

Imágenes y letras también comprende primeras ediciones de libros de Serge, porque se trata de un recorrido a través de los orígenes intelectuales y políticos del pintor. Para Albertani, curador de la muestra --junto con Araceli Ramírez y Silvia Vázquez Solsona-- , la obra pictórica de Vlady no se puede entender sin la obra literaria y novelesca de Serge.




La segunda, y última sala, está dedicada al Vlady artista, con sus guiños a los pintores clásicos, a la manera de Capricho Velazqueño (1984-1991) y Estudio El Greco (1990), aparte de documentos relacionados con los frescos que pintó en el Palacio Nacional de la Revolución en la capital de Nicaragua, en 1987.

Además de editar una parte de las obras de su padre en forma póstuma, Vlady realizó pequeñas iniciativas editoriales; por ejemplo, a lo largo de varios años publicó una hoja suelta llamada Carta al lector, que contenía a veces un dibujo suyo, pero sobre todo textos. Vlady escribía en español, pero sus apuntes eran también en ruso y francés. Decía tener faltas de ortografía en esos tres idiomas.

jueves, 21 de abril de 2016

Ana Teresa Fernández, artista comprometida

La artista Ana Teresa Fernández (Tampico, 1980), radicada en Estados Unidos desde los 11 años de edad, rinde homenaje a los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, con Erasure (Borradura), exposición que acaba de presentar en la Galería Wendi Norris, de San Francisco, California.

Dueña de un estilo hiperrealista, Fernández habla del momento en que se enteró de la desaparición de los estudiantes de la escuela rural de Ayotzinapa, Guerrero: “Estaba sentada en la mesa de mi cocina cuando primero leí las noticias al respecto; sentí un dolor muy fuerte en el estómago”.

En los meses que siguieron, la pintora leyó innumerables reportajes acerca del destino violento y la protesta subsecuente a cargo de muchos ciudadanos que solían vestirse de negro. Para su exposición en la Galería Wendi Norris, Fernández incluyó un video, también titulado Erasure, que registra a manera de performance pintarse su cuerpo de negro hasta que sólo unos cuantos vislumbres de color quedaron visibles.

Al respecto ha dicho: “Las vidas de estos estudiantes no tenían ningún valor para el gobierno --eran adolescentes rurales pobres-- . Quise darles su valor, iluminar su situación. Quise saber cómo se vería y se sentiría el borrar mi propia identidad en forma de luto, pero también como homenaje a estos 43 jóvenes”.

Las cuatro pinturas, realizadas con más de 80 capas de óleo, casi son totalmente negras, aunque no es un color incluido en su paleta. Una de los cuadros representa una boca, otro muestra un par de ojos; uno más revela brazos, mientras el último hace patente la parte posterior de una cabeza. Todas esas obras están pintadas sobre fondos negros planos.

Fernández tardó casi ocho meses en terminar el primer cuadro, pues experimentó con 15 combinaciones de color, con la finalidad de conseguir un negro “suculento y aterciopelado”.



También exhibió una nueva escultura, una escalera monumental de madera colocada arriba de mecedoras desestabilizadoras. Es una pieza que representa una espina. Una instalación de texto, referida al acto de escuchar, estaba incrustada en la pared de la galería y representaba una oreja. Según ese recinto, juntas estas piezas, cada una es una representación de un componente del cuerpo humano, sugerían un cuerpo político que era disgregado.

En el sitio en Internet de la galería se lee que Fernández rinde tributo a esos jóvenes “todavía ausentes y sin que nadie haya rendido cuentas al respecto, a la vez que nos confronta con historias contemporáneas de censura, insinuando que la falta de justicia en la desaparición de los adolescentes es intencional, debido a gobiernos que no protegen ni valoran al individuo.

Al imitar esta noción en sus pinturas, los fondos cuidadosamente encimados en negro, son carentes de información -terreno abstracto que recuerda cuadrados negros utilizados en los medios sociales para oscurecer los perfiles de los usuarios en solidaridad con los jóvenes desaparecidos.”

La escultura de madera está diseñada para parecer una escalera mexicana tradicional. “Alude a los trabajadores mexicanos sin representación en Estados Unidos, quienes permanecen fuera del discurso popular”. Su posición precaria, se lee en la ficha de la galería, e “inhabilidad de avanzar socialmente --ya sea debido a la pobreza, estatus migratorio o cualquier otro tipo de opresión-- se refleja en la inestabilidad de la escalera”.


Mientras tanto en la instalación de texto se lee lo siguiente: “To hear is to let the sound wander all the way through the labyrinth of your ear; to listen is to travel the other way to meet it” (Escuchar es permitir que el sonido deambule por el laberinto de tu oreja; escuchar es viajar en sentido contrario para encontrarlo. La frase es de Rebecca Solnit). Esta instalación está hecha de espejos incrustados en la pared.

Con este cuerpo de obra, Fernández responde a la situación política en México y continúa su búsqueda de dar fuerza a los no escuchados y no vistos, los sin poder entre nosotros.”

En tiempos en que se habla de construir más muros fronterizos, hace un par de años la artista se dirigió a la costa más cercana de Tijuana, provista de varias cubetas de pintura color azul cielo. Su idea era pintar una sección de la cerca de 18 pies de altura de manera que “desaparecería del paisaje”. La barda fronteriza EU-México en el área de Playas de Tijuana se extiende 300 pies en el Pacífico.

La madre de la artista, la antropóloga, arqueóloga y fotógrafa María Teresa Fernández, registró la actividad de nueve horas de duración, mientras el cineasta Greg Rainoff, conocido por su trabajo en efectos visuales en programas como Star-Trek, lo filmó.

No faltó la confrontación con la policía local que por fortuna se resolvió en favor de Ana Teresa Fernández. El resultado final fue Borrando la frontera, obra que desafía las nociones de cómo las personas y los espacios pueden ser fácilmente eliminados o ignorados, un punto central y recurrente en la obra de la artista.

jueves, 31 de marzo de 2016

Melón, amores y pasiones


Desde que el niño Luis Ángel Silva tuvo su primer encuentro con el son cubano, en forma de un sonecito que tocaba en el zaguán del edificio donde vivía su “mamá grande” (abuela materna), este género musical -en un principio pensó que era mexicano- se convirtió en el gran amor de quien sería el cantante Melón (CDMX, 2 de octubre de 1930-7 de febrero de 2016), y lo acompañó hasta sus últimos días. “El son es mi primer amor”, expresaba. Este sentir no siempre fue aceptado por sus respectivas parejas sentimentales que, al no compartir la misma pasión, se sentían desplazadas.

El son cubano rigió su vida, incluso desplazó otra pasión suya: el futbol soccer en el que también brilló. Después de desvelarse trabajando en un cabaret, resultaba difícil levantarse unas cuantas horas después para jugar balompié, aunque lo hacía porque era joven. También cumplía con grabaciones en la RCA Victor.

Melón siempre manejó 1949 como el año en que comenzó profesionalmente en el son. Era un momento en que este género musical había entrado en el gusto de un sector de la población, aunque para Melón siempre fue una música que se asociaba con el arrabal y, por tanto, no aceptada entre la alta sociedad.

El Son Clave de Oro, grupo mexicano liderado por Pepe Macías, tapatío que se arraigó en Veracruz, gozaba de gran aceptación. Noche a noche tocaba en el cabaret Waikikí, ubicado en Paseo de la Reforma, casi esquina con Bucareli. Pero también actuaba en películas como Salón México (1948) y solía pasar a diario en la radiodifusora XEW. El cantante Benny Moré había llegado a México en 1945 y el pianista y compositor Dámaso Pérez Prado en 1948, este último para acabar de crear su mambo, ritmo que inyectó nueva vida al ambiente musical mexicano.

Se puede decir que Melón llegó al son con la mesa puesta, ya que “los viejos de la comarca”, como él decía, habían hecho una labor, con sus altibajos, de dos décadas; entonces ya había demanda y trabajo diario. Su primer amor sonero fueron los Guajiros del Caribe, grupo comandado por el pianista Tony Espino. Seguiría Los Diablos del Trópico.

Eran tiempos de aprendizaje, de encontrarse en el café de chinos Hit´s, luego Península, después de una noche de trabajo para desayunar con los soneros mayores y enterarse que fulano, a quien tenía en alto estima, era criticado porque no sabía improvisar, por ejemplo.

Melón fue admirador de Benny Moré, con quien grabó en una película, pero también lo fue de Cheo Marquetti, a quien equiparaba en calidad con el primero. Es posible que haya sido más influido por Cheo que por Benny, por lo menos en lo que a la improvisación se refiere. Melón tuvo el privilegio de presenciar una madrugada por 1951 o 1952, una “controversia” entre el lajero y el habanero en el antiguo cabaret Bremen, de la avenida Hidalgo, en que ambos cantantes improvisaron el uno ante el otro inventando versos que pudieran causar hilaridad o provocar, incluso, un final violento. Aquella histórica controversia duró hora y media. Ninguno pudo con el otro. Salieron los dos sonrientes y contentos de lo que habían hecho.



Larga es la lista de cantantes e instrumentistas admirados por Melón. Por mencionar a unos cuantos: cantantes, Miguelito Valdés, que fue una especie de papá artístico, Celia Cruz, Toña La Negra, Carlos Embale, Tito Rodríguez y Tito Allen, cuya grabación de Si me pudieras querer, de Bola de Nieve, con la Típica 73, le sacaba las lágrimas. Entre los mexicanos, Panchito Morales y Tony Camargo.

Instrumentistas: los pianistas Luis González Pérez El Viejo, Sonny Bravo y Papo Lucca; el timbalero Tito Puente; los treseros Arsenio Rodríguez, Pablo Zamora Peregrino y Pancho Amat; los trompetistas Manolo Güido y Chilo Morán. Reconocía el talento en los demás y no era envidioso.

Sus gustos musicales no se limitaban del todo al son cubano. También fue un amante del tango -Niebla del riachuelo, gran éxito de Lobo y Melón, originalmente fue un tango- y de la rumba catalana en la voz de Peret.

Melón también amó a su país, a la Ciudad de México que lo vio nacer en la colonia Santa María la Ribera, “el ombligo del mundo”. Cuando tuvo que irse de México en 1975, porque Venus Rey, entonces, líder del Sindicato Único de Trabajadores de la Música, ya no le permitió trabajar en el Distrito Federal, jamás pudo acostumbrarse del todo a Estados Unidos, donde vivió 13 años, así que buscó la forma de regresar a su país.

Otro amor a primera vista fue el puerto de Veracruz, que conoció de niño en los años 40 del siglo pasado. Tanta fue su predilección que se definía como “chilancruzano” y decía que era el que más le había cantado a ese estado. Su versión de Veracruz, grabada en Fania, en Nueva York, con un arreglo de Sonny Bravo, se ha considerado la mejor grabación de la canción de Agustín Lara.

Fue Puma de corazón, equipo que siempre apoyó en las buenas y las malas. Y, en lo que a comida se refiere, siempre dijo, “denme una pila de tortillas recién hechas y un molcajete de salsa, no pido más”. Tampoco perdonaba su café con leche, con un cuerno de sal, en los Bisquet's. ¡Vale!

miércoles, 24 de febrero de 2016

Melón, a secas

Al cantante Luis Ángel Silva Melón (1930-2016), el sonero más relevante que ha dado México, no le gustaba que le dijeran “maestro” porque para él era una forma de burla. Con el paso de los años, cada vez le caía peor el calificativo. En un principio decía simplemente, “sin lo de maestro, por favor”, pero después mostraba su molestia de inmediato al grado de cortar en seco a su interlocutor y no volver a hacerle caso.

Sin embargo, muy a pesar suyo sí era un maestro, una enciclopedia andante, como se dice, en lo que se refiere al conocimiento del son cubano, su historia y forma de tocar. Además, enseñó a varias generaciones de soneros mexicanos a interpretar esta música que consideraba la más bella del mundo y su gran amor. Purista a ultranza y ferviente creyente en la clave, primero comenzó a “corregir” a los mismos soneros que llegaban a sus grupos.

Luego en 1998 emprendió una aventura que sólo reiteraría su enorme capacidad docente al impartir su primer taller de son cubano en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), gracias al apoyo incondicional de su entonces coordinador, Saúl Juárez, y el responsable de prensa, Rubén Regnier, ya fallecido. Decenas de personas de todas las edades y profesiones se inscribieron y aunque en algunos casos era más el entusiasmo que el talento, Melón atendió a todos. Impactante resultó el concierto final con su coro de 20, destino, claro, de los que no tocaban ningún instrumento. Para inscribirse en el curso no se necesitaba saber tocar, sólo tener ganas de aprender.

Melón repitió el taller cuatro veces más en el Cenart, gracias a la generosidad de Lucina Jiménez y Moisés Rosas. También lo impartió en Xalapa, Veracruz, en la Galería José María Velasco y en el Museo Universitario del Chopo. La idea del taller nació de una seria preocupación del sonero respecto del futuro del son cubano en México que estaba en declive.



Él llegó al medio sonero a finales de los años 40 del siglo pasado, cuando el gusto por la música estaba en su apogeo. Sin embargo, con el tiempo sus grandes figuras fueron muriendo y también la posibilidad de interpretarla “con propiedad”, como decía Melón, porque en contraste con otros géneros musicales, no había donde estudiar el son cubano de manera formal, por lo menos en la Ciudad de México. Muchos de los nuevos soneros provenían de familias de músicos, aprendían sobre la marcha a base de regaños o, incluso, a baquetazos en la cabeza.

Melón era experto en identificar el talento en las personas; veía vetas inexploradas que nadie imaginaba. Además, creía totalmente en los músicos mexicanos y, especialmente, en las mujeres a las que siempre trató de impulsar. Como muestra están la flautista María Emilia Martínez Paniagua y la pianista Guadalupe Ramírez, quienes formaron parte de su último grupo, Melón y sus Lobos.

Para impartir el taller en el Cenart fue necesario presentar un proyecto de cómo se desarrollarían las clases. Se decidió por una parte histórica, otra teórica y una práctica, ésta última la más gustada. En el primer taller se contó con la participación de Julio del Razo (1913-2015), decano de los soneros en México, quien de niño había conocido en el puerto de Veracruz a los integrantes del primer grupo organizado de son al llegar al país en 1928 desde Cuba. A don Julio le gustaba recopilar datos -por ejemplo, los nombres de los integrantes de equis agrupación- en papelitos que guardaba en el bolsillo del pantalón y que sacaba a relucir en ocasiones muy especiales.

También se contó durante varios años con el valioso apoyo del pianista Luisito Martínez, quien, entre otras cosas, tuvo a su cargo los arreglos de los números que se interpretarían en el concierto final. Melón seleccionaba con mucho cuidado y gusto esas piezas. Tal vez eran números que él hubiera querido montar, porque jamás se quedó en el exitoso repertorio de Lobo y Melón. Siempre estuvo a la búsqueda de nuevas composiciones, principalmente de Cuba, pero con arreglos originales, en los que nunca faltaba un toque de son-scat, modalidad que caracterízó a Lobo y Melón, y que el grupo llevó a sus últimas consecuencias. El son-scat es el único aporte de una agrupación mexicana al son cubano.



Melón fue un maestro muy riguroso, actitud que no siempre agradaba a sus alumnos. Detestaba la indisciplina y falta de respeto, en primer lugar, hacia su adorado son. Gracias a su sapiencia y experiencia de tantos años de trabajar en innumerables agrupaciones, desde su cuna los Guajiros del Caribe hasta los Fania All Stars, a la segunda clase él podía montar un número con sus alumnos, algo nada fácil.

La pobreza actual del ambiente sonero, por lo menos en la Ciudad de México, demuestra que a Melón le faltó impartir muchos talleres más. Afortunados los que pudieron asistir a alguno, o varios, o todos, como Carlitos Vázquez, Pedro Heredia y Henry Ortega, quienes hoy luchan por tocar el buen son como siempre les exigió su maestro.

Melón ahora canta en la “guerrilla celestial”, como acostumbraba decir cuando algún compañero “se adelantaba en el camino”, con su voz fresca y original. Voz de sonero a la mexicana. ¡Vale!

domingo, 31 de enero de 2016

Zona Maco mueve el ambiente

La feria de arte contemporáneo Zona Maco, cuya trigésima edición comienza el 3 de febrero, desde hace varios años ha sido un catalizador del ambiente de las artes visuales en la Ciudad de México, más allá de los muros del Centro Banamex donde se efectuará hasta el domingo 7. A tal grado que se puede decir que toda actividad realizada en estas fechas, ya sea exposición, conferencia o apertura, se organiza pensando en los visitantes y coleccionistas, tanto de aquí como del extranjero, que acudirán a lo que se considera la feria de arte más relevante de América Latina. Pues, hasta coincide la visita de la artista conceptual Yoko Ono.

Zélika García, directora fundadora de Zona Maco, reconoció en rueda de prensa que “tenemos muchos proyectos y exposiciones paralelas, en los museos Tamayo, de Arte Moderno y el Palacio de Bellas Artes, recinto que dejó una semana más la exposición (Vanguardia rusa. El vértigo del futuro) para ser vista por las personas que acuden a la feria”.

La lista de actividades extramuros es larga y resulta más fácil decir quién no hará nada que quienes con mucho entusiasmo ya mandaron invitaciones vía correo electrónico, o físicas, desde hace semanas. La Galería Enrique Guerrero, por ejemplo, que desde 1997 estuvo domiciliada en Horacio 1449-A, Polanco, anuncia para el 2 de febrero la apertura de su nuevo espacio en General Juan Cano 103, San Miguel Chapultepec, zona que se ha visto poblado de galerías aunque la primera fue la de Arte Moderno en 1990.
El pasado 27 de enero la GAM inauguró la muestra fotográfica Dédalo, de Fernanda Sánchez-Paredes, así como Capítulo Cero Hendrix Studio. Ese día GB Gallery, Baja California 295, colonia Condesa, hizo lo mismo con la pictórica Digital Opulus, de Marisol Plara. Al día siguiente el pintor Santiago Rebolledo abrió Temporadas, con obra realizada entre 2004 y 2015, en la Galería Metropolitana, Medellín 28, Roma Norte. Y, Yunior Marino, Mantra, en Licenciado, Tabasco 216, Roma Norte. El 30 de enero la pintora Merike Estna, de Estonia, debutó en la Galería Karen Huber, Bucareli 120, colonia Juárez.

La Galería OMR también inaugura nuevas instalaciones en Córdoba 100, colonia Roma, local que albergó la antigua Sala Margolín, a la vuelta de donde estuvieron desde 1983 en Plaza Río de Janeiro. Lo hacen con una exposición de Jorge Méndez Blake. Ya hubo cambio de mando. Ahora dirige la galería Cristóbal Riestra Ortiz Monasterio, hijo de los fundadores Jaime y Patricia.

El 4 de febrero se hará el anuncio oficial de la Fundación Leonora Carrington, un proyecto familiar concebido por Patricia Argomedo, esposa de Gabriel Weisz Carrington, hijo de la pintora surrealista, al que también se sumó Daniel, nieto de la artista de origen británico.

Desde principios de enero la Galería Ethra, Londres 54, colonia Juárez, avisó que el 4 de febrero abrirían una exposición de Artis Nemanis, artista nativo de Letonia, quien experimenta con las últimas tecnologías de soplado en vidrio. 

No tardó la Galería Arredondo/Arozarena, antes Talcual, en anunciar que el martes 2 darán a conocer en su local de Praga 27, colonia Juárez, una exposición del madrileño Luis Úrculo (1978), de video, piezas sonoras, dibujos, entre otros medios. Este mismo día Proyectos Monclova, Colima 55, Roma Norte, inaugurará The properties of light (Las propiedades de la luz), exposición del estadunidnese Fred Sandback; al igual que Luz aberrante, del mexicano Enrique Rosas (1972), en Le Laboratoire, Vicente Suárez 69-2, colonia Condesa; una muestra fotográfica de Alejandro Cartagena en Patricia Conde, Lafontaine 73, Polanco, y la colectiva Campos visuales, en EDS Galería, Atlixco 32, Condesa. Las cinco participan con espacios en Zona Maco.

Para esto, Casa Maauad, Altamirano 20, colonia San Rafael, abre en pleno día de asueto Mañana mañana, de Chantal Peñalosa (Tecate, 1987), conformada por una hemeroteca y un video donde su cuidad natal es ocupada como un laboratorio en que la artista desarrolla nociones acerca del trabajo y la espera, así como Media forensis, de Arjan Guerrero (Ciudad de México, 1988), proyecto que reflexiona sobre “los procesos de mediatización surgidos de la desaparición forzada de 43 estudiantes en Guerrero en 2014”.

La Galería Kurimanzutto tiene preparado para el sábado 6 sendas exposiciones: XYLAÑYNU. Taller de los viernes, con obra de Abraham Cruzvillegas, Damián Ortega, Dr. Lakra, Gabriel Kuri y Gabriel Orozco, así como Todo bosque locamente enamorado de la luna tiene una autopista que lo atraviesa de un lado a otro, una invitación de Chris Sharp a Rodrigo Hernández. 

Es de imaginar que éstas son sólo algunas de las actividades organizadas en torno a Zona Maco.