domingo, 14 de enero de 2018

Arnaldo Coen, nuevo mural





El artista plástico Arnaldo Coen (CDMX, 1940) terminó de pintar el año pasado el mural Reflejo de lo invisible, de 4.80 x 18 metros, que se exhibió un par de semanas en el Museo José Luis Cuevas, dentro de la celebración por sus 25 años, antes de su traslado a un recinto privado fuera de la ciudad. Está pintado con una combinación de acrílico y posteriormente óleo, sobre una tela que se enrolla y está montada sobre un bastidor también desarmable.



Aunque tal vez no se le asocia mucho con la obra mural, Coen fue uno de los 11 artistas (Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Vlady, entre otros) que en 1969 el museógrafo Fernando Gamboa invitó a pintar cada quien uno para la Feria de Osaka, en Japón, realizada en 1970. Años después pintó una bóveda a la manera de Tiépolo. Recuerda en entrevista que la serie de pinturas que hizo a partir de Pablo Uccello era de escala mural. 






 

Siempre le ha interesado la obra de gran formato entre otras razones porque “la pintura de alguna manera es una puesta en escena que también tiene relación con el arte contemporáneo. Es decir, uno hace una instalación en un espacio real, sin embargo también puede manejar un espacio virtual”.



En Reflejo de lo invisible Coen recrea un paisaje, con todo y mar, por medio del estudio de lo geométrico y la perspectiva, sin hacer formas arquitectónicas aunque en ciertos momentos recurre a escaleras, por ejemplo. Las formas, explica, “de alguna manera están transparentes en un espacio que buscar estar en diferentes dimensiones. Es decir, que una figura en un primer plano, de repente se relaciona con otra en un plano mucho más lejano. No obstante, que esta trampa del ojo lograda mediante la geometría permita estos viajes por diferentes dimensiones. Recurrí lo menos posible a la figuración, simplemente alguno que otro personaje como una referencia de escala”. Dos figuras son un homenaje a Giorgio de Chirico.







Coen pintó la obra en Chimalhuacán, en el taller de un pintor de escenografías que le ayudó a hacer los trazos y la mancha original. Quiso aprovechar la experiencia de un mural en esa escala para manejar “el concepto de uno a uno”. Es decir, “como si el mural fuera la continuación de ese espacio hacia un mundo fantástico o virtual, no necesariamente dentro de una realidad concertada o tangible. Qué el espectador pudiera ver los personajes a la distancia como si fueran reales”.


Acota: “Siempre he pensado que el gran cuadro que pintó Velázquez, Las meninas, que originalmente estaba dentro de un cuarto, era la continuación de este espacio. En Reflejo de lo invisible en realidad abro una ventana a un espacio ficticio y fantástico que tiene visos de realidad”.



Sobre el título si casi siempre lo pone aleatoriamente y por lo general surge después, en está ocasión estaba presente desde el principio. Reflejo de lo invisible “surgió de algo que leí en alguna ocasión que dice: ‘Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las que uno es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino reflejo de lo invisible’. Es un pensamiento que viene de la cábala judía. Encontré esa frase hace unos años y siempre la he tenido muy grabada porque al preguntarme qué es el arte, siempre digo que es aquello que es invisible. De alguna man el arte no es algo tangible, entonces es difícil definirlo porque al hacerlo uno lo limita. Para mi el arte está en lo que ve cada espectador, no en lo que le dicen que tiene que ver. Uno tiene que aprender a ver desde el punto de vista creativo qué le dice la obra”.


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