El
artista plástico Arnaldo Coen (CDMX, 1940) terminó de pintar el año
pasado el mural Reflejo de lo invisible, de 4.80 x 18
metros, que se exhibió un par de semanas en el Museo José Luis
Cuevas, dentro de la celebración por sus 25 años, antes de su
traslado a un recinto privado fuera de la ciudad. Está pintado con
una combinación de acrílico y posteriormente óleo, sobre una tela
que se enrolla y está montada sobre un bastidor también desarmable.
Aunque
tal vez no se le asocia mucho con la obra mural, Coen fue uno de los
11 artistas (Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Vlady, entre otros)
que en 1969 el museógrafo Fernando Gamboa invitó a pintar cada
quien uno para la Feria de Osaka, en Japón, realizada en 1970. Años
después pintó una bóveda a la manera de Tiépolo. Recuerda en
entrevista que la serie de pinturas que hizo a partir de Pablo
Uccello era de escala mural.
Siempre
le ha interesado la obra de gran formato entre otras razones porque
“la pintura de alguna manera es una puesta en escena que también
tiene relación con el arte contemporáneo. Es decir, uno hace una
instalación en un espacio real, sin embargo también puede manejar
un espacio virtual”.
En
Reflejo de lo invisible Coen recrea un paisaje, con todo y
mar, por medio del estudio de lo geométrico y la perspectiva, sin
hacer formas arquitectónicas aunque en ciertos momentos recurre a
escaleras, por ejemplo. Las formas, explica, “de alguna manera
están transparentes en un espacio que buscar estar en diferentes
dimensiones. Es decir, que una figura en un primer plano, de repente
se relaciona con otra en un plano mucho más lejano. No obstante, que
esta trampa del ojo lograda mediante la geometría permita estos
viajes por diferentes dimensiones. Recurrí lo menos posible a la
figuración, simplemente alguno que otro personaje como una
referencia de escala”. Dos figuras son un homenaje a Giorgio de
Chirico.
Coen
pintó la obra en Chimalhuacán, en el taller de un pintor de
escenografías que le ayudó a hacer los trazos y la mancha original.
Quiso aprovechar la experiencia de un mural en esa escala para
manejar “el concepto de uno a uno”. Es decir, “como si el
mural fuera la continuación de ese espacio hacia un mundo fantástico
o virtual, no necesariamente dentro de una realidad concertada o
tangible. Qué el espectador pudiera ver los personajes a la
distancia como si fueran reales”.
Acota:
“Siempre he pensado que el gran cuadro que pintó Velázquez, Las
meninas, que originalmente estaba dentro de un cuarto, era la
continuación de este espacio. En Reflejo de lo invisible en
realidad abro una ventana a un espacio ficticio y fantástico que
tiene visos de realidad”.
Sobre el título si casi siempre lo pone aleatoriamente y por lo general surge después, en está ocasión estaba presente desde el principio. Reflejo de lo invisible “surgió de algo que leí en alguna ocasión que dice: ‘Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las que uno es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino reflejo de lo invisible’. Es un pensamiento que viene de la cábala judía. Encontré esa frase hace unos años y siempre la he tenido muy grabada porque al preguntarme qué es el arte, siempre digo que es aquello que es invisible. De alguna man el arte no es algo tangible, entonces es difícil definirlo porque al hacerlo uno lo limita. Para mi el arte está en lo que ve cada espectador, no en lo que le dicen que tiene que ver. Uno tiene que aprender a ver desde el punto de vista creativo qué le dice la obra”.
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