Al cantante Luis Ángel
Silva Melón (1930-2016),
el sonero más relevante que ha dado México,
no le gustaba que le dijeran “maestro”
porque para él era una forma de burla. Con el paso de los años,
cada vez le caía peor el calificativo. En un principio decía
simplemente, “sin lo de maestro, por favor”, pero después
mostraba su molestia de inmediato al grado de cortar en seco a su
interlocutor y no volver a hacerle caso.
Sin embargo, muy a pesar
suyo sí era un maestro, una enciclopedia andante, como se dice, en
lo que se refiere al conocimiento del son cubano, su historia y forma
de tocar. Además, enseñó a varias generaciones de soneros
mexicanos a interpretar esta música que consideraba la más bella
del mundo y su gran amor. Purista a ultranza y ferviente creyente en
la clave, primero comenzó a “corregir” a los mismos soneros que
llegaban a sus grupos.
Luego en 1998 emprendió
una aventura que sólo reiteraría su enorme capacidad docente al
impartir su primer taller de son cubano en el Centro Nacional de las
Artes (Cenart), gracias al apoyo incondicional de su entonces
coordinador, Saúl Juárez, y el responsable de prensa, Rubén
Regnier, ya fallecido. Decenas de personas de todas las edades y
profesiones se inscribieron y aunque en algunos casos era más el
entusiasmo que el talento, Melón
atendió a todos. Impactante resultó el concierto final con su coro
de 20, destino, claro, de los que no tocaban ningún instrumento.
Para inscribirse en el curso no se necesitaba saber tocar, sólo
tener ganas de aprender.
Melón
repitió el taller cuatro veces más en el Cenart, gracias a la
generosidad de Lucina Jiménez y Moisés Rosas. También lo impartió
en Xalapa, Veracruz, en la Galería José María Velasco y en el
Museo Universitario del Chopo. La idea del taller nació de una seria
preocupación del sonero respecto del futuro del son cubano en México
que estaba en declive.
Él llegó al medio sonero
a finales de los años 40 del siglo pasado, cuando el gusto por la
música estaba en su apogeo. Sin embargo, con el tiempo sus grandes
figuras fueron muriendo y también la posibilidad de interpretarla
“con propiedad”, como decía Melón,
porque en contraste con otros géneros musicales, no había donde
estudiar el son cubano de manera formal, por lo menos en la Ciudad de
México. Muchos de los nuevos soneros provenían de familias de
músicos, aprendían sobre la marcha a base de regaños o, incluso, a
baquetazos en la cabeza.
Melón
era experto en identificar el talento en las personas; veía vetas
inexploradas que nadie imaginaba. Además, creía totalmente en los
músicos mexicanos y, especialmente, en las mujeres a las que siempre
trató de impulsar. Como muestra están la flautista María Emilia
Martínez Paniagua y la pianista Guadalupe Ramírez, quienes formaron
parte de su último grupo, Melón y sus Lobos.
Para impartir el taller en
el Cenart fue necesario presentar un proyecto de cómo se
desarrollarían las clases. Se decidió por una parte histórica,
otra teórica y una práctica, ésta última la más gustada. En el
primer taller se contó con la participación de Julio del Razo
(1913-2015), decano de los soneros en México, quien de niño había
conocido en el puerto de Veracruz a los integrantes del primer grupo
organizado de son al llegar al país en 1928 desde Cuba. A don Julio
le gustaba recopilar datos -por ejemplo, los nombres de los
integrantes de equis agrupación- en papelitos que guardaba en el
bolsillo del pantalón y que sacaba a relucir en ocasiones muy
especiales.
También se contó durante
varios años con el valioso apoyo del pianista Luisito Martínez,
quien, entre otras cosas, tuvo a su cargo los arreglos de los números
que se interpretarían en el concierto final. Melón
seleccionaba con mucho cuidado y gusto esas
piezas. Tal vez eran números que él hubiera querido montar, porque
jamás se quedó en el exitoso repertorio de Lobo y Melón. Siempre
estuvo a la búsqueda de nuevas composiciones, principalmente de
Cuba, pero con arreglos originales, en los que nunca faltaba un toque
de son-scat, modalidad
que caracterízó a Lobo y Melón, y que el grupo llevó a sus
últimas consecuencias. El son-scat
es el único aporte de una agrupación mexicana al son cubano.
Melón fue
un maestro muy riguroso, actitud que no siempre agradaba a sus
alumnos. Detestaba la indisciplina y falta de respeto, en primer
lugar, hacia su adorado son. Gracias a su sapiencia y experiencia de
tantos años de trabajar en innumerables agrupaciones, desde su cuna
los Guajiros del Caribe hasta los Fania All Stars, a la segunda clase
él podía montar un número con sus alumnos, algo nada fácil.
La pobreza actual del
ambiente sonero, por lo menos en la Ciudad de México, demuestra que
a Melón le faltó
impartir muchos talleres más. Afortunados los que pudieron asistir a
alguno, o varios, o todos, como Carlitos Vázquez, Pedro Heredia y
Henry Ortega, quienes hoy luchan por tocar el buen son como siempre
les exigió su maestro.
Melón ahora
canta en la “guerrilla celestial”, como acostumbraba decir cuando
algún compañero “se adelantaba en el camino”, con su voz fresca
y original. Voz de sonero a la mexicana. ¡Vale!