miércoles, 24 de febrero de 2016

Melón, a secas

Al cantante Luis Ángel Silva Melón (1930-2016), el sonero más relevante que ha dado México, no le gustaba que le dijeran “maestro” porque para él era una forma de burla. Con el paso de los años, cada vez le caía peor el calificativo. En un principio decía simplemente, “sin lo de maestro, por favor”, pero después mostraba su molestia de inmediato al grado de cortar en seco a su interlocutor y no volver a hacerle caso.

Sin embargo, muy a pesar suyo sí era un maestro, una enciclopedia andante, como se dice, en lo que se refiere al conocimiento del son cubano, su historia y forma de tocar. Además, enseñó a varias generaciones de soneros mexicanos a interpretar esta música que consideraba la más bella del mundo y su gran amor. Purista a ultranza y ferviente creyente en la clave, primero comenzó a “corregir” a los mismos soneros que llegaban a sus grupos.

Luego en 1998 emprendió una aventura que sólo reiteraría su enorme capacidad docente al impartir su primer taller de son cubano en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), gracias al apoyo incondicional de su entonces coordinador, Saúl Juárez, y el responsable de prensa, Rubén Regnier, ya fallecido. Decenas de personas de todas las edades y profesiones se inscribieron y aunque en algunos casos era más el entusiasmo que el talento, Melón atendió a todos. Impactante resultó el concierto final con su coro de 20, destino, claro, de los que no tocaban ningún instrumento. Para inscribirse en el curso no se necesitaba saber tocar, sólo tener ganas de aprender.

Melón repitió el taller cuatro veces más en el Cenart, gracias a la generosidad de Lucina Jiménez y Moisés Rosas. También lo impartió en Xalapa, Veracruz, en la Galería José María Velasco y en el Museo Universitario del Chopo. La idea del taller nació de una seria preocupación del sonero respecto del futuro del son cubano en México que estaba en declive.



Él llegó al medio sonero a finales de los años 40 del siglo pasado, cuando el gusto por la música estaba en su apogeo. Sin embargo, con el tiempo sus grandes figuras fueron muriendo y también la posibilidad de interpretarla “con propiedad”, como decía Melón, porque en contraste con otros géneros musicales, no había donde estudiar el son cubano de manera formal, por lo menos en la Ciudad de México. Muchos de los nuevos soneros provenían de familias de músicos, aprendían sobre la marcha a base de regaños o, incluso, a baquetazos en la cabeza.

Melón era experto en identificar el talento en las personas; veía vetas inexploradas que nadie imaginaba. Además, creía totalmente en los músicos mexicanos y, especialmente, en las mujeres a las que siempre trató de impulsar. Como muestra están la flautista María Emilia Martínez Paniagua y la pianista Guadalupe Ramírez, quienes formaron parte de su último grupo, Melón y sus Lobos.

Para impartir el taller en el Cenart fue necesario presentar un proyecto de cómo se desarrollarían las clases. Se decidió por una parte histórica, otra teórica y una práctica, ésta última la más gustada. En el primer taller se contó con la participación de Julio del Razo (1913-2015), decano de los soneros en México, quien de niño había conocido en el puerto de Veracruz a los integrantes del primer grupo organizado de son al llegar al país en 1928 desde Cuba. A don Julio le gustaba recopilar datos -por ejemplo, los nombres de los integrantes de equis agrupación- en papelitos que guardaba en el bolsillo del pantalón y que sacaba a relucir en ocasiones muy especiales.

También se contó durante varios años con el valioso apoyo del pianista Luisito Martínez, quien, entre otras cosas, tuvo a su cargo los arreglos de los números que se interpretarían en el concierto final. Melón seleccionaba con mucho cuidado y gusto esas piezas. Tal vez eran números que él hubiera querido montar, porque jamás se quedó en el exitoso repertorio de Lobo y Melón. Siempre estuvo a la búsqueda de nuevas composiciones, principalmente de Cuba, pero con arreglos originales, en los que nunca faltaba un toque de son-scat, modalidad que caracterízó a Lobo y Melón, y que el grupo llevó a sus últimas consecuencias. El son-scat es el único aporte de una agrupación mexicana al son cubano.



Melón fue un maestro muy riguroso, actitud que no siempre agradaba a sus alumnos. Detestaba la indisciplina y falta de respeto, en primer lugar, hacia su adorado son. Gracias a su sapiencia y experiencia de tantos años de trabajar en innumerables agrupaciones, desde su cuna los Guajiros del Caribe hasta los Fania All Stars, a la segunda clase él podía montar un número con sus alumnos, algo nada fácil.

La pobreza actual del ambiente sonero, por lo menos en la Ciudad de México, demuestra que a Melón le faltó impartir muchos talleres más. Afortunados los que pudieron asistir a alguno, o varios, o todos, como Carlitos Vázquez, Pedro Heredia y Henry Ortega, quienes hoy luchan por tocar el buen son como siempre les exigió su maestro.

Melón ahora canta en la “guerrilla celestial”, como acostumbraba decir cuando algún compañero “se adelantaba en el camino”, con su voz fresca y original. Voz de sonero a la mexicana. ¡Vale!