domingo, 8 de noviembre de 2015

Raquel Tibol en un altar

La periodista y crítica de arte Raquel Tibol (1923-2015) era de buen comer. Sus hijos, Nora Satanowsky y Simón Rosen, enlistan algunos de sus alimentos favoritos:

Las sopas de cebolla “a los 450 grados” y la de verduras, la morcilla, los riñones al jerez, el hígado encebollado, es decir, las vísceras en general; el puchero de pollo con alas, empanadas argentinas de matambre, el salmón, el queso -era bien quesera- , el té, el chocolate “bien caliente”, el strudel de manzana con helado de vainilla y la natilla.

Los platillos consentidos de Raquel Tibol no se incluyeron para la ofrenda que el Museo Soumaya Plaza Loreto le dedica en el vestíbulo del recinto. Las cazuelas, ollas y demás recipientes contienen alimentos asociados con los altares tradicionales del festejo de Día de Muertos: mole, pan, tamales, fruta, caña de azúcar, elotes.




Realizada en cartón pintado por artistas y alumnos del Faro de Oriente, la figura de la autora del temido “tibolazo” retrata fielmente su vestimenta. Sentada detrás de una mesita equipada con máquina de escribir -jamás quiso cambiar a la computadora- Tibol mira con su agudeza acostumbrada desde un par de grandes anteojos.

El ajuar se compone de bufanda, saco negro y vestido. Nora y Simón traen a colación sus chalinas, suéteres de lana -era bien friolenta- y el infaltable prendedor. También era amante de los zapatos, gustaba de los anillos y a últimas fechas usaba una bolsa de la cadena CNN que le habían obsequiado en un programa de Carmen Aristegui. Apreciaba un buen perfume.

Eso sí, doña Raquel está en los huesos. Estira sus largos y delgados brazos -de uno cuelga un bastón-, y teclea con alegría. ¿A quién destroza ahora? Del lado izquierdo de la periodista se ha colocado un tzompantli con las calaveras de los artistas mexicanos que “sacrificó”, dice en tono de broma Alfonso Miranda, director del museo.

Allí se aprecian calaveras de Diego Rivera, Frida Kahlo, Dr. Atl, David Alfaro Siqueiros, Orozco -¿será José Clemente o Gabriel?- , Nahui Olin, Manuel Rodríguez Lozano, Angelina Beloff, María Izquierdo, Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, Olga Costa, José Chávez Morado, Raúl Anguiano, Alfredo Ramos Martínez, Marysole Wörner Baz, Jorge González Camarena y Lola Cueto.



Suman 18 y fueron realizadas por niños visitantes del Museo Soumaya. “Queríamos que el tzompantli creciera, pero fue muy exitoso nuestro taller y todo mundo quiso llevarse un pintor mexicano a su casa para ponerlo en su altar. Entonces, decidimos que estaba bien porque de esta forma Raquel visitaría los hogares de los mexicanos como lo hizo en cada entrega, ya sea en una revista, un diario o un libro”, señala Miranda.

Las calaveras se muestran “triunfantes”, porque a fin de cuentas lo importante es que doña Raquel, “a pesar de ser una figura severa, también rescataba asuntos de relevancia que colocó en una estela con una justa dimensión. A veces no la que el artista o la institución quisiera, pero siempre con una puntualidad y transparencia”, asegura el entrevistado.

Del otro lado de la ofrenda cuelga Retrato de niña muerta, niña viva (1931), cuadro que Siqueiros pintó sobre un costal de papas, durante un “autoexilio” en Taxco, Guerrero. Es una pintura perteneciente a la colección del museo, que doña Raquel estudió y revaloró.

Siqueiros relata en alguna ocasión cómo alguien lo tomó por fotógrafo: “¡Señor fotógrafo, señor fotógrafo, venga usted conmigo! Mi papá quiere que usted retrate a mi hermanita que murió ayer, porque mañana temprano tienen que enterrarla”. Así nació el cuadro perteneciente a la Fundación Carlos Slim.

Miranda reconoce que con seguridad a doña Raquel no le hubiera gustado el altar y “nos hubiera regañado por tener algo dedicado a ella de esta manera”. Sin embargo, les pareció una forma de “permanencia en el mundo estético, de las instituciones, como ella siempre se manejó”.



Antes de morir la periodista e investigadora donó su archivo a la Fundación Carlos Slim. De allí el compromiso de digitalizarlo y ponerlo al alcance de todos. Aún están en la etapa de conservación del millón de documentos que integran el archivo.