jueves, 3 de diciembre de 2015

En Oaxaca con Atom y Arsinée

El momento exacto en que el cineasta canadiense Atom Egoyan (El Cairo, 1960) descubrió el mole no se sabe a ciencia cierta. Al parecer fue durante su estancia en la ciudad de México, previo a su viaje a Oaxaca, acompañado por su esposa la actriz Arsinée Khanjian, donde el realizador de películas como Exótica (1994) y Dulce porvenir (1997), recibió el Premio Internacional al cine digital El Pochote 2014, de manos del artista Francisco Toledo.

Tal vez fue en el restaurante Azul donde probó por vez primera el mole poblano, aunque se sabe que el matrimonio ya había estado anteriormente en el país, por lo menos en Playa del Carmen. Lo cierto es en cuanto Atom lo descubrió ya no lo dejó. Durante los tres días que estuvo en Oaxaca comía y cenaba los moles típicos de allá como el coloradito, el amarillo, el almendrado y el verde. También Arsinée gozó con la cocina oaxaqueña y todo lo que se presentó a su paso.

El templo y exconvento de Santo Domingo, el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, los textiles de Remigio Mestas, las ruinas arqueológicas de Monte Albán y Mitla, Yagul, Tlacolula y Teotitlán del Valle, Atom y Arsinée querían visitar todo. Atom, incluso, llevaba una lista que le había hecho su amigo Doug quien vivió algún tiempo en Oaxaca. Hasta se encontró con alguien que se acordaba del “señor siempre acompañado por varios perros”.
El joven Franco Obregón, quien sirvió de intérprete para los Egoyan en Oaxaca, le contó a Lourdes Báez, directora del Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), que fue en un restaurante de Tlacolula donde Atom decidió que había comido el mejor mole de todos, entonces, pidió hablar con la cocinera para felicitarla. Ella, emocionada, comenzó a mandarle platillos a modo de agradecimiento. 

 

Los gustos culinarios de los Egoyan no se limitaron al mole, también probaron la salsa de hormiga chicatana, llamada “el manjar de los dioses prehispánicos”, los chapulines, los escamoles y el gusano de maguey. Nunca cuestionaron lo que iban a probar, ni hicieron cara de asombro o disgusto. La actriz sólo decía, “de regreso a Toronto, mega dieta”.

Atom y Arsinée se fueron encantados de su estancia en México. El viaje empezó en Baja California Sur, donde Atom presentó su más reciente película, Remember, en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos. Ya en la ciudad de México, que la pareja recorrió de cabo a rabo también, Atom recibió la Medalla Cineteca Nacional en un acto que incluyó la proyección de Remember. Le impactó conocer la Cineteca Nacional, que consideró “la mejor del mundo”.

El 19 de noviembre Atom y Arsinée partieron a Oaxaca en compañía de Armando Colina y Víctor Acuña, creadores junto a Francisco Toledo, del premio El Pochote. En la comitiva también iba el cineasta mexicano Jaime Humberto Hermosillo, ganador en 2005 de la primera edición del galardón, y parte del jurado seleccionador, pero además conocido de Atom desde sus días en Toronto, Canadá.

La cereza que coronó el pastel fue conocer CaSa, que ahora aloja El Pochote Cineclub, y donde su creador Francisco Toledo le entregó a Atom el galardón consistente en una medalla de plata diseñada por el promotor cultural y activista. Aquel sábado 21 CaSa era un mundo en sí mismo. Resulta que ahora está de moda entre los jóvenes graduados oaxaqueños irse a retratar al pie de la grandiosa escalinata de la otrora fábrica de Hilados y Tejidos La Soledad.

Atom y Arsinée recorrieron cada rincón de CaSa. Al cineasta le cautivó una sesión de jóvenes mixes de Tlahuitoltpec, intérpretes de diferentes instrumentos de metal, que aprendían obras contemporáneas. Tras la entrega de la medalla El Pochote proyectó Ararat (2002), película de Atom basada en el genocidio armenio perpetuado por los turcos hace un siglo.

Aparte de ser cineasta, Atom también es guitarrista clásico, director de ópera y creador de instalaciones. Actualmente, su pieza Steenbeckett se exhibe en el Mac Birmingham. Esa obra fue adquirida por la Tate Modern, como parte de una colección de proyectos de la organización londinense Art Angel. La pieza utiliza 2 mil pies de celuloide de la última toma de la película que el cineasta hizo de la obra de teatro Krapp´s last tape, de Beckett, artista de gran relevancia para él. La cinta de 35 milímetros se desplaza por la galería gracias a dientes suspendidos por poleas, guiados por una solitaria máquina de edición Steenbeck.

Le encantaría a Atom exhibir la pieza en la Cineteca Nacional, deseo que les comunicó a Armando Colina y Víctor Acuña, dueños de la Galería Arvil.

*Foto cortesía de Jorge A. Pérez Alfonso

domingo, 8 de noviembre de 2015

Raquel Tibol en un altar

La periodista y crítica de arte Raquel Tibol (1923-2015) era de buen comer. Sus hijos, Nora Satanowsky y Simón Rosen, enlistan algunos de sus alimentos favoritos:

Las sopas de cebolla “a los 450 grados” y la de verduras, la morcilla, los riñones al jerez, el hígado encebollado, es decir, las vísceras en general; el puchero de pollo con alas, empanadas argentinas de matambre, el salmón, el queso -era bien quesera- , el té, el chocolate “bien caliente”, el strudel de manzana con helado de vainilla y la natilla.

Los platillos consentidos de Raquel Tibol no se incluyeron para la ofrenda que el Museo Soumaya Plaza Loreto le dedica en el vestíbulo del recinto. Las cazuelas, ollas y demás recipientes contienen alimentos asociados con los altares tradicionales del festejo de Día de Muertos: mole, pan, tamales, fruta, caña de azúcar, elotes.




Realizada en cartón pintado por artistas y alumnos del Faro de Oriente, la figura de la autora del temido “tibolazo” retrata fielmente su vestimenta. Sentada detrás de una mesita equipada con máquina de escribir -jamás quiso cambiar a la computadora- Tibol mira con su agudeza acostumbrada desde un par de grandes anteojos.

El ajuar se compone de bufanda, saco negro y vestido. Nora y Simón traen a colación sus chalinas, suéteres de lana -era bien friolenta- y el infaltable prendedor. También era amante de los zapatos, gustaba de los anillos y a últimas fechas usaba una bolsa de la cadena CNN que le habían obsequiado en un programa de Carmen Aristegui. Apreciaba un buen perfume.

Eso sí, doña Raquel está en los huesos. Estira sus largos y delgados brazos -de uno cuelga un bastón-, y teclea con alegría. ¿A quién destroza ahora? Del lado izquierdo de la periodista se ha colocado un tzompantli con las calaveras de los artistas mexicanos que “sacrificó”, dice en tono de broma Alfonso Miranda, director del museo.

Allí se aprecian calaveras de Diego Rivera, Frida Kahlo, Dr. Atl, David Alfaro Siqueiros, Orozco -¿será José Clemente o Gabriel?- , Nahui Olin, Manuel Rodríguez Lozano, Angelina Beloff, María Izquierdo, Roberto Montenegro, Miguel Covarrubias, Olga Costa, José Chávez Morado, Raúl Anguiano, Alfredo Ramos Martínez, Marysole Wörner Baz, Jorge González Camarena y Lola Cueto.



Suman 18 y fueron realizadas por niños visitantes del Museo Soumaya. “Queríamos que el tzompantli creciera, pero fue muy exitoso nuestro taller y todo mundo quiso llevarse un pintor mexicano a su casa para ponerlo en su altar. Entonces, decidimos que estaba bien porque de esta forma Raquel visitaría los hogares de los mexicanos como lo hizo en cada entrega, ya sea en una revista, un diario o un libro”, señala Miranda.

Las calaveras se muestran “triunfantes”, porque a fin de cuentas lo importante es que doña Raquel, “a pesar de ser una figura severa, también rescataba asuntos de relevancia que colocó en una estela con una justa dimensión. A veces no la que el artista o la institución quisiera, pero siempre con una puntualidad y transparencia”, asegura el entrevistado.

Del otro lado de la ofrenda cuelga Retrato de niña muerta, niña viva (1931), cuadro que Siqueiros pintó sobre un costal de papas, durante un “autoexilio” en Taxco, Guerrero. Es una pintura perteneciente a la colección del museo, que doña Raquel estudió y revaloró.

Siqueiros relata en alguna ocasión cómo alguien lo tomó por fotógrafo: “¡Señor fotógrafo, señor fotógrafo, venga usted conmigo! Mi papá quiere que usted retrate a mi hermanita que murió ayer, porque mañana temprano tienen que enterrarla”. Así nació el cuadro perteneciente a la Fundación Carlos Slim.

Miranda reconoce que con seguridad a doña Raquel no le hubiera gustado el altar y “nos hubiera regañado por tener algo dedicado a ella de esta manera”. Sin embargo, les pareció una forma de “permanencia en el mundo estético, de las instituciones, como ella siempre se manejó”.



Antes de morir la periodista e investigadora donó su archivo a la Fundación Carlos Slim. De allí el compromiso de digitalizarlo y ponerlo al alcance de todos. Aún están en la etapa de conservación del millón de documentos que integran el archivo.

jueves, 29 de octubre de 2015

Reflexiones acerca del Cervantino

El Festival Internacional Cervantino (FIC), cuya edición 43 concluyó el domingo 25 de octubre, obliga al escrutinio de su materia prima: las funciones de las obras y actividades programadas, que esta vez sumaron 817. 
 
Aunque la oferta de expresiones fue muy amplia, si nos centramos en lo que se presentó en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas, foro con acceso gratuita -desde hace unos años se compra boleto para ocupar las sillas metálicas colocadas frente al escenario- , y dirigido a un público más bien local, se percibió la necesidad de ofrecer más propuestas representativas del acervo musical de la cultura popular mexicana.
Eso se advierte porque cuando apenas se escuchan acordes de algo “mexicano” de inmediato el público reacciona de manera positiva. Por ejemplo, la actuación del Elenco Nacional de Folclore de Perú, con la que se inauguró el FIC. La agrupación llevaba 85 minutos en el escenario cuando, de repente, los músicos se quedaron solos, y acto seguido entonaron México lindo y querido y Son de la negra, este último con uno que otro instrumento andino. “Ooooh”, suspiró con júbilo el público que cantó y aplaudió a rabiar.



Algo parecido sucedió la noche en que se presentó la Orquesta Sinfónica Nacional de Perú. El programa Emoción peruana contó con la participación de cinco artistas representativos de la música popular de ese país, entre ellos el saxofonista Jean Pierre Magnet (Lima, 1949), quien interpretó Carnaval. Con un bagaje roquero, jazzista y andino, Magnet improvisó un pedacito de Me he de comer esa tuna, canción icónica en el repertorio de Jorge Negrete, que de inmediato prendió a la audiencia.



El de la explanada de la Alhóndiga de Granaditas es un público conocedor y muy educado. Siempre aplaude, aunque sea con moderación. En el 43 FIC se presentaron los ballets folclóricos de la Universidad de Guanajuato (UG) y de México de Amalia Hernández. También el saxofonista cubano Paquito D'Rivera “festejó” a Armando Manzanero. Sin embargo, ¿dónde quedó la música de José Alfredo Jiménez? Es cierto que la Estudiantina de la UG le rindió un homenaje en la plaza San Roque, pero nos referimos a propuestas más masivas. 
 
Aprovecho para señalar la ausencia en el Cervantino hace unos años del huapanguero guanajuatense Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra Xichú, cuya picardía y critica política y social siempre era muy esperado y encendía al público. 
 
Un asunto delicado del encuentro artístico cultural es el ruido afuera del Teatro Juárez, en particular los fines de semana cuando llegan miles de turistas con la avidez de pasarla bien. Sin embargo, hay de ruidos a ruidos y el más inquietante es el rugir atribuido a las estudiantinas instaladas a un costado de ese histórico recinto, del lado del Templo de San Diego.
Todo mundo tiene derecho a ganarse la vida, de allí que el sitio se ha convertido en la base de operaciones de las estudiantinas para realizar sus callejoneadas. Muy bien, sin embargo en el Teatro Juárez se ofrecen muchos conciertos de música sinfónica. Un ejemplo fue el recital programado para el penúltimo día del festival, a cargo de la London Sinfonietta. 
 
Un momento de mucha tensión caracterizó el estreno en Guanajuato de XLIII Memoriam Vivere, obra comisionada por el FIC a la compositora mexicana Marisol Jiménez, dedicada no sólo a los 43 normalistas de Ayotzinapa, sino a todos los desaparecidos en el país. Justo antes de terminar la ejecución de la partitura hay 43 segundos de silencio que de manera mágica se respetaron. 
 
En la conferencia de prensa/clausura del FIC se planteó el problema del ruido excesivo a las autoridades, pues el concierto no se apreció “al cien por ciento”. ¿Sería muy complicado clausurar esa parte del andador durante cada función?, se quiso saber. Esa petición fue turnada al presidente municipal, Edgar Castro Carrillo, quien dijo: “Efectivamente, tomaremos ese asunto de inmediato para que no se repita en la próxima edición. Desde luego es parte del ordenamiento que debemos tener dentro del ayuntamiento”.
Ya veremos en 2016.